Siempre aspiré a ser Guardia Civil

Cuando era pequeño, algo así como cinco años, mi padre tenía la costumbre de contarme cuentos para que me durmiera. Si algo recuerdo de esas noches es su voz profunda y tranquilizadora; y también cómo era capaz de modularla: era capaz de meterse en cualquier personaje con una facilidad pasmosa. Ya de adulto, le he dicho muchas veces que se le daría bien lo de ser actriz de doblaje; pero bueno, eso es otra historia. La historia actual trata de cómo llegué a interesarme por el trabajo de los vigilantes de seguridad y de los protectores de la ley gracias a mi madre.

Pónganse cómodos, que voy a empezar la historia: resulta que uno de los cuentos que con más recurrencia me leía mi madre, y precisamente porque me encantaba, iba sobre un protector de la ley, un señor conejo con capa que iba de pueblo en pueblo ayudando a los indefensos y propagando el bien. A mí me encantaba ese personaje, tanto que toda mi infancia aspiré a ser como él. Luego crecí, por supuesto, pero todo aquello que te marca en la infancia deja siempre una huella en la realidad de tu vida adulta. En mi caso, siempre lo tuve muy claro: quería ser, si no guardia de seguridad, por lo menos sí Guardia Civil; y al final me decanté por lo segundo porque el temario de Guardia Civil me pareció sumamente atractivo y completo.

¿Te he convencido a ti, lector?, ¿aspiras, como yo, a expandir el bien, como hizo el señor conejo? Entonces te recomiendo que investigues bien y, si te place, te saques las oposiciones de Guardia Civil. Sí, es un trabajo agotador en ocasiones, pero compensa el hecho de que también es precioso. Nada me gustaría más que haber conseguido animarte con el recuerdo de mi infancia.