Carta y paquete rumbo a Colombia

Esta es la primera vez en mi vida que me quedo sin internet. Bueno, no, estoy exagerando, pero sí podría decirse que llevo tanto tiempo sin quedarme sin conexión que ya ni siquiera recordaba lo que era sufrir sin tenerlo. No se equivoquen: no estoy enganchada y generalmente puedo prescindir de él como entretenimiento, pero el problema reside en que mi novio vive lejos porque hace dos meses que se fue a hacer un curso al extranjero. Es decir, estaremos un año sin vernos quitando viajes esporádicos, así que internet es crucial para que mantengamos el contacto. Porque ¿qué haremos sin Skype?

Bueno, mientras vuelven a restaurarme la línea -la cual, por cierto, me quitaron porque me cambié de compañía- los dos hemos tomado una decisión: nos cartearemos a la antigua usanza, es decir, comprando papel, escribiendo en él, metiéndolo en un sobre con sellos y enviándolo por correo urgente. Ambos trabajamos, así que me lo puedo permitir. Es más, he decidido darle un estreno digno y mandarle mi primera carta junto a un regalo. Eso de enviar paquete sí que no es un misterio para mí, porque me encanta enviarlos y, de hecho, no es el primero que le mando a él desde que está fuera.

Eso sí, nunca antes había tenido que enviar paquete a Colombia. Sí, es allí adonde se ha ido a hacer un cursillo de inglés elemental, en un colegio (a él siempre le ha encantado eso de enseñar y ser profesor), pero vamos, el mecanismo es el mismo, y ya sería el segundo que mando. Le voy a regalar una agenda; la primera vez le regalé un paquete de tizas que, bueno, no está mal, pero no es tan buen regalo como este porque, además, está personalizada con su nombre. Benditos envíos baratos, sin ellos no sé muy bien lo que haría. Ah, y benditas cartas, también.